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El valor de la información, el precio de la mentira: Las consecuencias del caso Alex Jones.

  • Foto del escritor: njaveriana
    njaveriana
  • 13 ago 2024
  • 3 Min. de lectura
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El caso de Alex Jones y la masacre ocurrida en la escuela primaria Sandy Hook en 2012, ha puesto antes nosotros en el centro del debate, la importancia de la ética periodística y el peligro de la desinformación, que en este caso yo llamaría, el sesgo, la creencia absoluta y ciega en ciertas situaciones, a tal punto de llegar a defenderlas y justificar lo que sea sin importar hasta donde lleguen y a quienes afecten mis opiniones y pensamientos. Jones, figura prominente y destacada en los medios conservadores estadounidenses, difundió durante años teorías de conspiración que negaban la realidad de la tragedia de Sandy Hook, llegando a afirmar que el tiroteo fue una farsa y que los niños nunca habían existido, que eran creaciones e inventos del gobierno al igual que sus padres, a quienes llamó “actores pagos”. Este comportamiento prolongado durante años, no solo causó un inmenso dolor a las familias de las víctimas, sino que también erosionó y cuestionó la confianza en los medios de comunicación y en las formas en cómo se realiza la búsqueda de la verdad ante un suceso.


La ética periodística establece una serie de principios fundamentales que guían la labor de los periodistas, entre los que destacan la veracidad, la imparcialidad y la responsabilidad social. La difusión de información falsa o engañosa, como la propagada por Alex Jones, constituyó una clara violación de estos principios. En un mundo cada vez más conectado, donde las noticias se propagan a una velocidad vertiginosa, la desinformación genera consecuencias devastadoras y negativas, como las que sufrieron y padecieron todas las familias al ser acosadas, amenazadas y amedrentadas durante años; y eso que si nos ubicamos en el contexto en el cual se desarrolló toda esta historia, apenas estaban emergiendo con cierta fuerza, plataformas digitales como YouTube y Facebook, ni siquiera estamos cercanos a la situación actual, donde en pleno 2024 cualquier contenido se vuelve viral en la red con apenas 30 segundos de publicación. 

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El caso de Jones ha puesto de manifiesto ante nosotros, la necesidad de una mayor regulación de las plataformas digitales, que a menudo se convierten en amplificadores de discursos, sean positivos, negativos o de cualquier tipo, y teorías conspirativas. Si bien la libertad de expresión es un derecho fundamental, esta no es absoluta y debe estar limitada cuando se atenta contra la dignidad de las personas o se incita al odio y a la amenaza. 


Entiendo y comprendo que la búsqueda de la verdad es una tarea compleja en un mundo cada vez más polarizado y diverso. Sin embargo, los periodistas tenemos la responsabilidad de verificar la información de manera rigurosa y de presentar un panorama completo de los hechos, evitando caer en la tentación de confirmar los prejuicios propios o los de las audiencias. En un entorno mediático saturado de noticias falsas y bulos, es más importante que nunca cultivar un pensamiento crítico, cauto y tener la cualidad de verificar la información a través de múltiples fuentes. 


Siendo muy sincero, esta fue una de las cosas que más me cuestionó del caso. Realmente en un punto llegué a pensar, en verdad él tiene razón. Las pruebas, los argumentos y la evidencia que presentaba, hasta cierto punto, daban también la posibilidad a la duda, al escepticismo y a creer que podían ser verdad sus afirmaciones. Es aquí donde retomo lo dicho un par de párrafos atrás; creo que si bien es cierto, tenemos la libertad de pensar libremente, hay un punto en el cual debemos ser capaces de aceptar nuestros errores, rectificar y retractarse de lo dicho. El error no está en equivocarse sino en quedarse en él por no querer aceptarlo y querer seguir adelante con una causa indefendible sin importar hasta donde esta me lleve y a quienes afecte.



 
 
 

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